La dignidad de la humanidad invisible


Opinión
jueves 08 de julio de 2021

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El discurso del desarrollo humano pasa hoy en día por una idea defendida por la filósofa Martha Nussbaum, que en otra de mis columnas ya hemos mencionado, y es el de que las capacidades no son simples habilidades residentes en el interior de una persona


El discurso del desarrollo humano pasa hoy en día por una idea defendida por la filósofa Martha Nussbaum, que en otra de mis columnas ya hemos mencionado, y es el de que las capacidades “no son simples habilidades residentes en el interior de una persona, sino que incluyen también las libertades o las oportunidades creadas por la combinación entre lo que cada persona puede hacer y la realidad política, social y económica” que le toca asumir, vivir y aceptar.

En ambos extremos de la ecuación la responsabilidad del Estado es mayor, por no decir absoluta, por cuanto que, de su capacidad y efectividad para cumplir sus fines y objetivos -el bienestar de los ciudadanos y las comunidades que ellos integran-, dependen tanto el desarrollo de las habilidades individuales de cada uno a partir de ese período definitivo de la vida constituido por la conformación de la familia, la concepción, las etapas prenatal, perinatal y postnatal, y la nutrición y el afecto recibidos en la primera infancia, lo que en su momento enfrentamos desde la Gobernación de Boyacá - Secretaría de Integración Social con el proyecto de “Epigenética y Neurodesarrollo para Boyacá”, como por la garantía de un ambiente propicio y suficiente en donde las personas puedan, como dice el preámbulo de la Constitución Política de Colombia, “asegurar a [ ] la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz”, es decir, permitir y crear ambientes fértiles para el crecimiento y desarrollo de una sociedad con futuro.

Ahora bien, el problema con ese futuro es que parece estar garantizado sólo para una parcialidad de la población y entonces se manifiesta el problema más recurrente de nuestra sociedad, que los ambientes viables en donde las capacidades de muchas personas tienen un desarrollo garantizado o por lo menos con posibilidades, están vetados para una gran mayoría a través de diferentes causales de exclusión que pasan por “sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica” como también por condicionamientos de orden físico y psíquico, todos ellos ponen en riesgo la dignidad común de todos los seres humanos.

Dichas causales y condicionamientos provocan reacciones entre la sociedad y/o sus instituciones que son expansivas en el peor de los sentidos, es decir, las consecuencias de esas exclusiones son contagiosas; las precariedades que algunas personas padecen al ser víctimas de segregación por cualquiera de las razones que se puedan considerar se hacen extensivas a sus comunidades más cercanas haciendo que los pesos soportados afecten no a individuos sino a familias y comunidades completas.

Es fundamental que cuando las instituciones estatales intervengan en estos procesos para buscar redignificar al excluido, lo hagan de una manera amplia y sistemática, comprometiéndose no sólo con quien padece la exclusión de manera directa sino también con aquellos que lo rodean y que, siendo también excluidos lo son de una manera silenciosa y los convierte en invisibles tanto para sus familias o comunidades como para el sistema que los debería proteger y para la sociedad en general.

Pensemos en las madres y los padres y/o en los cuidadores de las personas con discapacidad; permítanme hacer énfasis en “ellas” toda vez que hay una mayor recurrencia de mujeres en el ejercicio de esa tarea encomiable y silenciosa y permítanme preguntar: ¿Quién se preocupa y ocupa de aquella mujer cuidadora que en ejercicio de su maternidad o hermandad o familiaridad protege y apoya de manera constante y sin pausa a aquel ser amado en condición de discapacidad? Desde la Secretaría de Integración Social dimos en nuestro momento una respuesta a través de la “Política Pública de Discapacidad”, una política centrada en la dignidad del ser humano y la necesidad de su reivindicación y reconocimiento. Creemos con toda seguridad y sin ninguna duda que las personas con discapacidad están absolutamente incluidas en nuestra sociedad y desde la diferencia nos enriquecen y nos desafían, nos exigen ser mejores y más fuertes en nuestros procesos de humanización y de construcción de sociedad. Pero también estamos convencidos del valor de las personas que los cuidan, de esas mujeres ocultas que han renunciado a su propia vida y sus propios sueños para cuidar y proteger a otras personas, y a quienes tanto el sistema como la sociedad, lo repito, las ha invisibilizado. Tenemos un compromiso como sociedad con ellas y con ellos, sus vidas valen no sólo porque cuidan a otros sino porque tienen su propia historia y su derecho a vivir dignamente.

Le agradezco a una gran mujer, Nelly Rojas del municipio de Ciénega, de la vereda de Albañil; ella, desde el rol de cuidadora nos ha compartido su experiencia y nos ha mostrado la dignidad humana en toda su dimensión al dedicarse, como ella misma lo ha dicho, 24 por siete (24x7) a su hijo menor de 17 años, nacido con discapacidad cognitiva, sin pausa ni vacaciones ni descanso; vivir para otra persona y por lo mismo renunciar a sí misma. Todos aplaudimos y celebramos y admiramos tanto amor y tanta bondad. Pero necesitamos hacernos preguntas y buscar las respuestas:

¿Debe cada cuidador renunciar a sus sueños, en el caso de Nelly, a la educación, independencia económica, desarrollo de proyectos productivos?

¿Cómo ayudan a nuestra sociedad y nuestras instituciones a Nelly con sus frustraciones, consecuencia natural de esas inacabadas jornadas de 24 x 7?

¿Por qué las personas con discapacidad y sus cuidadores no están siempre priorizadas en el sistema de salud de manera digna sin necesidad, como nos cuenta Nelly, de recurrir a acciones de tutela para garantizar el goce efectivo de sus derechos?

¿Por qué no hay un acompañamiento profesional constante que proteja la salud mental y física de las y los cuidadores de las personas con discapacidad?

Tenemos la obligación, como sociedad, de hacer que la condición de mujer, de rural, de cuidadora de una persona, de un hijo, padre, hermano o familiar con discapacidad no sean factores de segregación e invisibilización, y eso solo lo lograremos en la medida en que entendamos que no hay ninguna razón suficiente para excluir, y que nuestro compromiso debe ser con la dignificación de cada ser humano, mujer u hombre, pero particularmente con aquellos que la sociedad o las instituciones a veces no logran ver ni reconocer en su verdadero valor y humanidad y a las que por lo mismo no se les conceden ni las capacidades ni la posibilidad de desarrollar sus potencialidades y ser felices.
Gracias Nelly por ayudarnos a entender el valor de la humanidad y el sentido de la dignidad.
Post Scriptum:

1. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos en su informe a propósito del Paro Nacional en el que actualmente continúa nuestro país, ve la discriminación como estructural y además “presente en discursos estigmatizantes” que son más preocupantes cuando provienen de las propias instituciones del Estado.

2. La CIDH ve cómo la estigmatización “dificulta todo esfuerzo de diálogo”, lo que quiere decir que la exclusión nos impide alcanzar soluciones pacíficas y civilizadas que satisfagan a las partes en conflicto.

3. Hace un llamado a diálogos que no excluyan “a las y los jóvenes, a las personas indígenas y afrodescendientes, a las mujeres, a las personas LGBTIQ+, a las personas en situación de pobreza, a las personas mayores, a las personas con discapacidad, a las personas en movilidad humana y a las víctimas de violaciones de derechos humanos”.

4. Los sectores “que han sido más afectados por discriminación histórica, social y estructural en el país” deben ser especialmente escuchados en un diálogo cuyo objeto sea la superación de la situación actual del país.

5. Es necesario garantizar “los derechos a la salud, a la alimentación, a la educación, al trabajo y a la seguridad social, con un enfoque de igualdad y no discriminación, participación ciudadana y rendición de cuentas que favorezca la inclusión social y la creación de oportunidades”.

Estamos convencidos desde esta columna que la exclusión es el primer problema a superar, que la estigmatización es el enemigo a vencer y que sólo lo haremos con la participación de todas y de todos, pero sobre todo de los excluidos, de los estigmatizados, de los olvidados, de los invisibilizados.


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